El dichoso
Hernando Lozada
Antes del crimen vino el sueño a enredarse en mis dedos. Salí de mí mismo a recibir el pago que justifica el asesinato de esta noche. Sin preocuparme por saber de dónde vienen los billetes sucios, los guardo en la cajita de las sorpresas, dinero para mañana. La tarjeta con mi letra dice: mátala sin misericordia, lastimó mi orgullo, su foto y el domicilio… me parece familiar. Ya suenan las campanas, -¡Vamos!-, la hora exacta en que la medianía de la noche extiende su efecto a lo ancho y largo de la cuidad. El insomnio se apoderó de mí despertando dudas; ¿Porqué no estoy contento conmigo mismo?, ¿Algún día me alejaré de esta profesión?, ¿Un hombre dichoso no ha de tener tantas dudas? Duditas, dudotas. La oscuridad fue dueña de mis ojos que no cabían en su incredulidad a sueldo. La muerte se manifestaba en todo mi cuerpo como un temblor lánguido y permanente. Bajé las escaleras rápidamente, doble peldaño por pié. Jalé el cordón y azoté la puerta con la furia de mi sangre. Atravesé la plaza de los héroes, al pasar junto a la estatua de mi abuelo quise arrepentirme, él de bronce, yo de odio, tartamudeé los pasos, de pronto soñé inmóvil. Vi las cuatro esquinas del cruce de avenidas, los semáforos inútiles parpadean con su luz roja pero no pueden detenerme, me quedo inmóvil para demostrarles que no son ellos los que me detienen, soy yo, yo soy yo, ¿Alguien más es yo?, ¿EH?.
No hay ninguna prostituta que me enseñe su dolor, tú eres tú, eso está mejor, tampoco tenía tiempo para perderlo con una desconocida, ¿cuánto vale tu tú?, poca cosa, la compro. Luego mi voz interior me dijo, -no te detengas, sigue, sigue, sigue-, y seguí. Por mi garganta pasó un espasmo, y otro, y otro. Mi mano hurgó como una serpiente con guante entre las bolsas de la gabardina, hasta dar con ella; hermosa fotografía, su desnudez me hizo pensar en la luna, la busqué por todo el firmamento pero la niebla espesa me impidió adivinarla, ¿diecinueve años?, parece de quince. Anduve largas horas por los callejones pensando en la blancura de su piel ¿tenía miedo? No, esta vez no estaba enamorado de mi victima. El frío se hacía cada vez más insoportable y por más que trataba de dar saltitos al caminar, de apretar la bufanda alrededor de mi cuello y de esconder mis manos, el temblor se apoderaba de mí, incontrolable. Con este clima pensé, -mejor estar muerto para no sentir helado el rostro-, mientras lo ocultaba entre la solapa y la boina. Tengo los dedos de los pies más congelados que las pesuñas de un puerco. Pero mi corazón tiene la dureza de mi cuchillo, por algo soy carnicero, claro que sí, orgulloso de mí, seguro que sí. Mí imimí mimimí miímíi… Me molesta este silencio, realmente la ciudad está muerta a estas horas, pues; ¿Qué horas son?, Ni a quién preguntarle, -como las tres y cacho de la madrugada-. Tengo que apurarme. La respiración amarga; aspira náusea, expira alivio, náusea, alivio, right, left, right, left, uno, dos, uno, dos, uno... -¡Uuta mader!-, grito para mis adentros con la mudez de los pensamientos. Por ir pensando estupideces equivoqué el camino, era por la izquierda, -estúpido de mí-. ¿Y esta lentitud? -Vamos imbecil, un profesional del asesinato no debe cansarse-, sí vamos, la pistola todavía está en la cintura con la inmovilidad de siempre, hasta que se quebrante con el disparo. -Esta vez no será necesaria-. Claro que no, la muchacha es flaca y una mano me bastaría para mandarla al otro mundo. Pocas luces encendidas, la mayoría de las lámparas fundidas, esto me recuerda que así son exactamente los cerebros de los hombres. Es desesperante la quietud que reina esta noche, ningún ángel surcando el cielo, ningún alma nocturna soltando sus penas. Sólo charcos y más charcos de agua con aceite, manchas de espejo que a nadie le importan, reflejos del vacío. -¡Jodidez!-. Los sentimientos del monstruo tientan los cimientos y se estampan en la fachada de la falsa belleza, ¿qué me ven putos maniquís?. Detengo mis pasos, el aparador me regala un poco de su luz, fijeza en el mapa: ya falta poco para llegar al lugar del crimen. Aceleración, ahí esta, soledad 28, mayor aceleración, la puerta del zaguán con su cordón de cable, aceleración del corazón, - ya no puedo detenerme ni puedes detenerme-, patada en el departamento “E”. El cuchillo veloz irrumpe violento con un silbido peculiar, -así se corta el viento-, rayo de luz en mitad de la habitación oscura, la luna sigue invisible, ¿ella despertando en la pesadilla?, -lástima, ¡demasiado tarde!-. La mano fuerte asfixia, la mano débil acaricia; esto es equilibrio, una tras otra las cuchilladas, -fácil-, santa paz. Puñaladas como estrellas en sus pechos, aire con sangre, su latido un mar apagado, silencio absoluto, la noche de su mirada desapareció. Ahora sí, después de limpiar mi bota ensangrentada, ni huella, un rico café. …Mhmm… Mimí íimimíí í… No es recomendable que una mujercita viva sola. Pronto me iré o me alcanzará la madrugada, pero antes enciendo la luz y levanto las sábanas, -Dios mío!, pero si soy yo-, estoy bañado en sangre, horror, escalofrío. Shhhh…. –Cállate idiota-. Alguien atrancó cautelosamente la puerta… y una voz igual que la mía, -esto se va a complicar, -¿otro yo?-, ¡Dichoso tú que te vas a morir, Cerdo!, lo último que veo, un rayo de luz que se clava en mi pecho repetidas veces, me caigo como una mujer y todo se oscurece.
Hernando Lozada
Antes del crimen vino el sueño a enredarse en mis dedos. Salí de mí mismo a recibir el pago que justifica el asesinato de esta noche. Sin preocuparme por saber de dónde vienen los billetes sucios, los guardo en la cajita de las sorpresas, dinero para mañana. La tarjeta con mi letra dice: mátala sin misericordia, lastimó mi orgullo, su foto y el domicilio… me parece familiar. Ya suenan las campanas, -¡Vamos!-, la hora exacta en que la medianía de la noche extiende su efecto a lo ancho y largo de la cuidad. El insomnio se apoderó de mí despertando dudas; ¿Porqué no estoy contento conmigo mismo?, ¿Algún día me alejaré de esta profesión?, ¿Un hombre dichoso no ha de tener tantas dudas? Duditas, dudotas. La oscuridad fue dueña de mis ojos que no cabían en su incredulidad a sueldo. La muerte se manifestaba en todo mi cuerpo como un temblor lánguido y permanente. Bajé las escaleras rápidamente, doble peldaño por pié. Jalé el cordón y azoté la puerta con la furia de mi sangre. Atravesé la plaza de los héroes, al pasar junto a la estatua de mi abuelo quise arrepentirme, él de bronce, yo de odio, tartamudeé los pasos, de pronto soñé inmóvil. Vi las cuatro esquinas del cruce de avenidas, los semáforos inútiles parpadean con su luz roja pero no pueden detenerme, me quedo inmóvil para demostrarles que no son ellos los que me detienen, soy yo, yo soy yo, ¿Alguien más es yo?, ¿EH?.
No hay ninguna prostituta que me enseñe su dolor, tú eres tú, eso está mejor, tampoco tenía tiempo para perderlo con una desconocida, ¿cuánto vale tu tú?, poca cosa, la compro. Luego mi voz interior me dijo, -no te detengas, sigue, sigue, sigue-, y seguí. Por mi garganta pasó un espasmo, y otro, y otro. Mi mano hurgó como una serpiente con guante entre las bolsas de la gabardina, hasta dar con ella; hermosa fotografía, su desnudez me hizo pensar en la luna, la busqué por todo el firmamento pero la niebla espesa me impidió adivinarla, ¿diecinueve años?, parece de quince. Anduve largas horas por los callejones pensando en la blancura de su piel ¿tenía miedo? No, esta vez no estaba enamorado de mi victima. El frío se hacía cada vez más insoportable y por más que trataba de dar saltitos al caminar, de apretar la bufanda alrededor de mi cuello y de esconder mis manos, el temblor se apoderaba de mí, incontrolable. Con este clima pensé, -mejor estar muerto para no sentir helado el rostro-, mientras lo ocultaba entre la solapa y la boina. Tengo los dedos de los pies más congelados que las pesuñas de un puerco. Pero mi corazón tiene la dureza de mi cuchillo, por algo soy carnicero, claro que sí, orgulloso de mí, seguro que sí. Mí imimí mimimí miímíi… Me molesta este silencio, realmente la ciudad está muerta a estas horas, pues; ¿Qué horas son?, Ni a quién preguntarle, -como las tres y cacho de la madrugada-. Tengo que apurarme. La respiración amarga; aspira náusea, expira alivio, náusea, alivio, right, left, right, left, uno, dos, uno, dos, uno... -¡Uuta mader!-, grito para mis adentros con la mudez de los pensamientos. Por ir pensando estupideces equivoqué el camino, era por la izquierda, -estúpido de mí-. ¿Y esta lentitud? -Vamos imbecil, un profesional del asesinato no debe cansarse-, sí vamos, la pistola todavía está en la cintura con la inmovilidad de siempre, hasta que se quebrante con el disparo. -Esta vez no será necesaria-. Claro que no, la muchacha es flaca y una mano me bastaría para mandarla al otro mundo. Pocas luces encendidas, la mayoría de las lámparas fundidas, esto me recuerda que así son exactamente los cerebros de los hombres. Es desesperante la quietud que reina esta noche, ningún ángel surcando el cielo, ningún alma nocturna soltando sus penas. Sólo charcos y más charcos de agua con aceite, manchas de espejo que a nadie le importan, reflejos del vacío. -¡Jodidez!-. Los sentimientos del monstruo tientan los cimientos y se estampan en la fachada de la falsa belleza, ¿qué me ven putos maniquís?. Detengo mis pasos, el aparador me regala un poco de su luz, fijeza en el mapa: ya falta poco para llegar al lugar del crimen. Aceleración, ahí esta, soledad 28, mayor aceleración, la puerta del zaguán con su cordón de cable, aceleración del corazón, - ya no puedo detenerme ni puedes detenerme-, patada en el departamento “E”. El cuchillo veloz irrumpe violento con un silbido peculiar, -así se corta el viento-, rayo de luz en mitad de la habitación oscura, la luna sigue invisible, ¿ella despertando en la pesadilla?, -lástima, ¡demasiado tarde!-. La mano fuerte asfixia, la mano débil acaricia; esto es equilibrio, una tras otra las cuchilladas, -fácil-, santa paz. Puñaladas como estrellas en sus pechos, aire con sangre, su latido un mar apagado, silencio absoluto, la noche de su mirada desapareció. Ahora sí, después de limpiar mi bota ensangrentada, ni huella, un rico café. …Mhmm… Mimí íimimíí í… No es recomendable que una mujercita viva sola. Pronto me iré o me alcanzará la madrugada, pero antes enciendo la luz y levanto las sábanas, -Dios mío!, pero si soy yo-, estoy bañado en sangre, horror, escalofrío. Shhhh…. –Cállate idiota-. Alguien atrancó cautelosamente la puerta… y una voz igual que la mía, -esto se va a complicar, -¿otro yo?-, ¡Dichoso tú que te vas a morir, Cerdo!, lo último que veo, un rayo de luz que se clava en mi pecho repetidas veces, me caigo como una mujer y todo se oscurece.
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