Filos y espadas
Hernando Lozada
El día se despierta
Aparta de sí su manto de noche
El sol salta al cielo
Yo soy el solitario
Que camina al amanecer
Sobre el lomo del cerro
Gigante mudo y ancestral
Entre matorrales y peñascos
con su disfraz de brillo codicioso
veo espadas amenazantes.
Soy el loco del tarot
Atrás de mí se yerguen las puntas de hierro
y las llamas quemándolo todo.
Mis pies asustados suben la cuesta
Sigo la sinuosa línea de la vida
Huyo lagartijeante
Busco la cueva.
Este día no es distinto al anterior.
Traigo una carga imposible.
Lo contradictorio habita en mí.
Elsa
es un recuerdo demasiado claro.
Todavía sigue vivo el único beso breve.
La virgen y el santo afuera del templo.
Nunca pensé que sería eterno.
La Cruz.
A dónde voy?
Al abismo de mi destino.
A donde sea.
No queda otro camino.
Ser lo que soy.
Abro los ojos de ermitaño.
Las espadas brillan
y se clavan en las niñas de mis ojos,
duele mirar, mata no mirar,
magnífica y hermosa,
y humana, gimiente y viva
la ciudad.
Desde una gran piedra
Como en un sueño
Alcanzo a contemplar lo nunca imaginado
Huidero de gente
Yo estoy a salvo,
y sin embargo
soy el condenado al dolor de la contemplación.
La ciudad me escribió en un pañuelo
”Vuelve pronto amor mío”.
Me quedo sin quedarme.
Siempre nuevo y el mismo.
Me voy sin poder irme.
¿Dónde pongo este sentimiento contradictorio?
Aquí sufrí, aquí amé,
¿no es lo mismo?
Todas las noches del Cimatario también son mías.
Querétaro duerme mientras respiro su aire.
Soy el extraño vigilante que cuida los sueños.
Al amparo de la neblina, las nubes, el viento, los arbustos
la memoria, el beso.
Algo se mueve y me doy cuenta.
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