En la lista
Parafraseo a Horkheimer: toda tragedia individual es una tragedia social. ¿Por qué comienzan? No lo sabemos bien a bien. Cierta predisposición química, algo que corre en la sangre y que los hace proclives. Los especialistas lo afirman, sin embargo, en pleno siglo 21, la detección es todavía imposible. Somos capaces de darle vueltas a la Luna, pero seguimos siendo unos ineptos para asuntos centrales de nuestras vidas. Una más de las muchas vergüenzas del ser humano. Se trata de una debilidad encapsulada, larvada, muda, disfrazada, traicionera, que viaja dentro de la víctima, sin dar aviso de su existencia. Empieza con anécdotas que hasta simpáticas podrían parecer, se tomaba un par de cervezas y contaba mejor los chistes, "después de un par de tragos me sentía más galán", de niño se tomaba las botellitas en los hoteles. La telaraña ya está trabajando. La víctima ha caído y piensa que esa baba no podrá con él o ella. De pronto sin más se anuncia que hay un nuevo prisionero: un adicto.
Se pueden llamar Juan Pérez o Roberto o Patricia, ser ricos o pobres, con poca escolaridad o egresados de Harvard, perfectos desconocidos o personajes de la vida social, no hay barreras, el feroz verdugo no perdona. Mi amigo Roberto, hombre culto y gran lector, me contaba que sólo se dio cuenta de su adicción después de 10 años de haber perdido la vida en el alcohol, todo porque lo hacía sentirse más seguro en sociedad. Jesús, de oficio jardinero, era un manojo de nervios que sólo encontraba paz en una copa que se volvían mil. Días después aparecía tirado en alguna calle de Tepoztlán y no recordaba nada. Habrá algo en el carácter, debilidades de la psique, desgarramientos internos que no se dejan ver. Quizá o no, todo es posible. Agréguese agravantes como soledad o infortunios de los que nadie está a salvo. Ésa es la historia de ellos.
Pero en fatídico complemento, en complicidad asesina, está el mercado. Los adictos son un gran negocio, quizá el más grande si sumamos todas las posibilidades. Los negocios juegan con nuestras vidas. Las tabacaleras supieron del terrible daño del tabaco, de la brutal adicción, décadas antes de que tuvieran que aceptar, después de juicios infinitos para ganar
tiempo, que sus productos tenían que advertir al consumidor del riesgo. Cientos de miles de personas mueren anualmente por enfermedades vinculadas al tabaco y, sin embargo, somos todavía impotentes para frenar las campañas que buscan atrapar a nuevos adictos. Peter Jennings, el conocido comentarista de ABC, es una de las más recientes víctimas visibles, pero
hay miles de invisibles. Ahora el objetivo comercial predilecto son los adolescentes que reciben todo tipo de promociones para "engancharlos" lo antes posible. Millones de dólares se gastan en publicidad engañosa para que el negocio continúe. Nada detiene a las grandes firmas.
Las escenas de los jóvenes cayéndose alcoholizados en las playas mexicanas, frente a elegantes hoteles, nos hablan de lo fértil del terreno. Adolescentes, muchas mujeres, devolviendo el estómago en discotecas o "antros" que venden alcohol a sabiendas de que son menores de edad, son ya un asunto de todos los días. Pero no tienen que ser discotecas los sitios
de iniciación. La calle y los inhalantes son quizá aún más populares, en el sentido de más usados. Son las puertas del infierno, porque de allí habrá un porcentaje que no podrá salir. Es el caso de X. Su padre biológico abusó de ella cuando era niña. El trauma es mayor. Su madre rehizo su vida con otro hombre generoso y abocado a la familia. Sin embargo, desde los 13 años X bebe en exceso y ni sus propios hermanos son capaces de controlarla. Las escenas de su indignidad se multiplican. Se pensará que X es un caso excepcional, pero no lo es. Violencia intrafamiliar
la han sufrido dos de cada cinco mujeres en nuestro País. Atrás queda la mítica familia mexicana, "siempre unida" que no cuadra con los 400 mil embarazos de adolescentes anuales. Los entornos familiares inestables son más comunes de lo que nos imaginamos. Pero las familias estables tampoco son garantía de nada.
Dijimos puertas del infierno porque las inhumanas cifras desnudan un encadenamiento sin pausa o consideración. El inicio puede ser alcohol o tabaco, pero también los cementos en los niños perdidos en el laberinto de la calle. La poderosa industria ha tenido a bien abaratar los costos de las "mercancías". Lo barato y popular era la mariguana, próximo escalón, pero ahora resulta que las drogas sintéticas valen unos cuantos pesos. Diario Monitor reporta ayer cómo México se ha convertido en un auténtico laboratorio. La destrucción cerebral de las nuevas sustancias
hiperadictivas es algo de lo cual hablamos poco. La marcha al infierno ha dado inicio. Allá, al final del camino, después de pasar por la cocaína y otros, está quizá la heroína. En la larga marcha se
acaban los dineros familiares, se roba, se hace lo necesario para conseguir la dosis. La dignidad no puede frente a la dependencia. Los dolores y sufrimientos de los adictos son inenarrables. La extorsión va aparejada. La violencia merodea. Una familia ha perdido a un hijo o un hermano. La sociedad ha perdido a uno de sus miembros con todas sus capacidades de aportar. Pero sí hay ganadores. Están escondidos, en la clandestinidad, agazapados, encubiertos por autoridades corruptas o amenazadas. Son los productores pero sobre todo los que comercian con la
"mercancía". Destruyen vidas, desgarran familias, corrompen, asesinan y sin embargo, pareciera que nadie puede detenerlos. Las policías y los ejércitos se ven pequeños frente a su poderío. Montan una debilidad humana: las adicciones.
Estas historias nos pueden parecer lejanas, extrañas, que sólo ocurren a otros. Pero no es así. Hoy vivimos en tragedias individuales el aviso de lo que podría ser el nuevo horror mexicano. El jueves pasado el Secretario de Educación, Reyes Tamez, dio a conocer una cifra escalofriante: más de 1 millón de alumnos de secundaria, entre el 15 y el 17 por ciento del total, ya han consumido droga. ¿Cuantos adictos saldrán de allí? ¿Cuántos asaltantes desesperados brotarán, cuánta violencia no se está engendrando? Simplemente no lo sabemos porque las nuevas substancias son mucho más agresivas. Pensábamos a México como país de paso, hoy sabemos que ya lograron echar raíces entre nuestros jóvenes. El veneno ya está circulando en las venas de nuestra sociedad. Ojalá y la memoria de las primeras víctimas sirva para sacudir nuestras conciencias. Todos estamos en la lista potencial.
Parafraseo a Horkheimer: toda tragedia individual es una tragedia social. ¿Por qué comienzan? No lo sabemos bien a bien. Cierta predisposición química, algo que corre en la sangre y que los hace proclives. Los especialistas lo afirman, sin embargo, en pleno siglo 21, la detección es todavía imposible. Somos capaces de darle vueltas a la Luna, pero seguimos siendo unos ineptos para asuntos centrales de nuestras vidas. Una más de las muchas vergüenzas del ser humano. Se trata de una debilidad encapsulada, larvada, muda, disfrazada, traicionera, que viaja dentro de la víctima, sin dar aviso de su existencia. Empieza con anécdotas que hasta simpáticas podrían parecer, se tomaba un par de cervezas y contaba mejor los chistes, "después de un par de tragos me sentía más galán", de niño se tomaba las botellitas en los hoteles. La telaraña ya está trabajando. La víctima ha caído y piensa que esa baba no podrá con él o ella. De pronto sin más se anuncia que hay un nuevo prisionero: un adicto.
Se pueden llamar Juan Pérez o Roberto o Patricia, ser ricos o pobres, con poca escolaridad o egresados de Harvard, perfectos desconocidos o personajes de la vida social, no hay barreras, el feroz verdugo no perdona. Mi amigo Roberto, hombre culto y gran lector, me contaba que sólo se dio cuenta de su adicción después de 10 años de haber perdido la vida en el alcohol, todo porque lo hacía sentirse más seguro en sociedad. Jesús, de oficio jardinero, era un manojo de nervios que sólo encontraba paz en una copa que se volvían mil. Días después aparecía tirado en alguna calle de Tepoztlán y no recordaba nada. Habrá algo en el carácter, debilidades de la psique, desgarramientos internos que no se dejan ver. Quizá o no, todo es posible. Agréguese agravantes como soledad o infortunios de los que nadie está a salvo. Ésa es la historia de ellos.
Pero en fatídico complemento, en complicidad asesina, está el mercado. Los adictos son un gran negocio, quizá el más grande si sumamos todas las posibilidades. Los negocios juegan con nuestras vidas. Las tabacaleras supieron del terrible daño del tabaco, de la brutal adicción, décadas antes de que tuvieran que aceptar, después de juicios infinitos para ganar
tiempo, que sus productos tenían que advertir al consumidor del riesgo. Cientos de miles de personas mueren anualmente por enfermedades vinculadas al tabaco y, sin embargo, somos todavía impotentes para frenar las campañas que buscan atrapar a nuevos adictos. Peter Jennings, el conocido comentarista de ABC, es una de las más recientes víctimas visibles, pero
hay miles de invisibles. Ahora el objetivo comercial predilecto son los adolescentes que reciben todo tipo de promociones para "engancharlos" lo antes posible. Millones de dólares se gastan en publicidad engañosa para que el negocio continúe. Nada detiene a las grandes firmas.
Las escenas de los jóvenes cayéndose alcoholizados en las playas mexicanas, frente a elegantes hoteles, nos hablan de lo fértil del terreno. Adolescentes, muchas mujeres, devolviendo el estómago en discotecas o "antros" que venden alcohol a sabiendas de que son menores de edad, son ya un asunto de todos los días. Pero no tienen que ser discotecas los sitios
de iniciación. La calle y los inhalantes son quizá aún más populares, en el sentido de más usados. Son las puertas del infierno, porque de allí habrá un porcentaje que no podrá salir. Es el caso de X. Su padre biológico abusó de ella cuando era niña. El trauma es mayor. Su madre rehizo su vida con otro hombre generoso y abocado a la familia. Sin embargo, desde los 13 años X bebe en exceso y ni sus propios hermanos son capaces de controlarla. Las escenas de su indignidad se multiplican. Se pensará que X es un caso excepcional, pero no lo es. Violencia intrafamiliar
la han sufrido dos de cada cinco mujeres en nuestro País. Atrás queda la mítica familia mexicana, "siempre unida" que no cuadra con los 400 mil embarazos de adolescentes anuales. Los entornos familiares inestables son más comunes de lo que nos imaginamos. Pero las familias estables tampoco son garantía de nada.
Dijimos puertas del infierno porque las inhumanas cifras desnudan un encadenamiento sin pausa o consideración. El inicio puede ser alcohol o tabaco, pero también los cementos en los niños perdidos en el laberinto de la calle. La poderosa industria ha tenido a bien abaratar los costos de las "mercancías". Lo barato y popular era la mariguana, próximo escalón, pero ahora resulta que las drogas sintéticas valen unos cuantos pesos. Diario Monitor reporta ayer cómo México se ha convertido en un auténtico laboratorio. La destrucción cerebral de las nuevas sustancias
hiperadictivas es algo de lo cual hablamos poco. La marcha al infierno ha dado inicio. Allá, al final del camino, después de pasar por la cocaína y otros, está quizá la heroína. En la larga marcha se
acaban los dineros familiares, se roba, se hace lo necesario para conseguir la dosis. La dignidad no puede frente a la dependencia. Los dolores y sufrimientos de los adictos son inenarrables. La extorsión va aparejada. La violencia merodea. Una familia ha perdido a un hijo o un hermano. La sociedad ha perdido a uno de sus miembros con todas sus capacidades de aportar. Pero sí hay ganadores. Están escondidos, en la clandestinidad, agazapados, encubiertos por autoridades corruptas o amenazadas. Son los productores pero sobre todo los que comercian con la
"mercancía". Destruyen vidas, desgarran familias, corrompen, asesinan y sin embargo, pareciera que nadie puede detenerlos. Las policías y los ejércitos se ven pequeños frente a su poderío. Montan una debilidad humana: las adicciones.
Estas historias nos pueden parecer lejanas, extrañas, que sólo ocurren a otros. Pero no es así. Hoy vivimos en tragedias individuales el aviso de lo que podría ser el nuevo horror mexicano. El jueves pasado el Secretario de Educación, Reyes Tamez, dio a conocer una cifra escalofriante: más de 1 millón de alumnos de secundaria, entre el 15 y el 17 por ciento del total, ya han consumido droga. ¿Cuantos adictos saldrán de allí? ¿Cuántos asaltantes desesperados brotarán, cuánta violencia no se está engendrando? Simplemente no lo sabemos porque las nuevas substancias son mucho más agresivas. Pensábamos a México como país de paso, hoy sabemos que ya lograron echar raíces entre nuestros jóvenes. El veneno ya está circulando en las venas de nuestra sociedad. Ojalá y la memoria de las primeras víctimas sirva para sacudir nuestras conciencias. Todos estamos en la lista potencial.
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