viernes, septiembre 23, 2005

Catemaco / Agustín Escobar

TIERRA DE BRUJOS
Agustín Escobar Ledesma


El pequeño Eli nada como pez en el agua en un rinconcito donde hacen su nido las olas del mar; en busca de aire, de vez en vez aparece el infantil rostro marcado por una luminosa sonrisa con tres ventanas y un incisivo campaneándole en Boca del Río, paradisíaco lugar bañado por los dorados rayos del Sol del ocaso que alumbran el Golfo de México. Después de un viaje de un poco más de siete horas, de Cuautitlán Izcalli al puerto de Veracruz, las tibias aguas marinas son una justa recompensa que agradece cualquier mortal.
Los Tuxtlas
Entrar a la región zoque-popoluca y náhuatl de Los Tuxtlas, San Andrés y Santiago, es un placer para los sentidos, empezando por la descomunal naturaleza que desparrama su follaje sobre las montañas apenas separadas del cielo por sábanas de nubes permanentemente húmedas. Los aromas a café, chocolate, tabaco y caña se magnifican con el delicioso calor tropical que impregnan el olfato, el tacto y el paladar; en los infaltables topes de las carreteras que atraviesan los poblados, la gente ofrece frías botellas de agua de piña que refrescan el gaznate de propios y extraños.
Laguna de Catemaco
Catemaco, es una palabra náhuatl calli, ‘casa’; tématl, ‘quemar’, y co ‘en’ y que significa ‘lugar de casas quemadas’ casas que se quemaron porque en la antigüedad la arena y la ceniza volcánica arrasaron con la población. “Otros argumentan que en 1602 recibió el nombre de Catemaxca por ser su fundador un personaje llamado Juan Catemaxca” (La Jornada viajera 4 sept. 05). La población de origen olmeca guarda una añeja tradición mística cuya herencia de ritos y tradiciones esotéricos y amplios conocimientos de la medicina tradicional porque sus habitantes mantenían una relación muy estrecha con la naturaleza que, después de la conquista europea, se nutrió todavía más con las prácticas chamánicas de los africanos que llegaron en calidad de esclavos a esta hermosa región, encontrando tierra fértil para sus rituales en honor de sus antiguos dioses tutelares.
En Catemaco y la región de Los Tuxtlas es tal la influencia africana que existe una gran variedad de platillos que, por su sólo nombre, nos remite al Continente africano: casamiento o moros y cristianos (arroz y frijoles negros que en la vecina Cuba son muy populares), yuca envenenada, gandinga, mondongo a la parrilla, yuca en chilpachole, tegogolos (caracoles de agua dulce que se aderezan como los camarones). Entre los dulces figuran el mogo mogo, yuca hervida con azúcar, dulce de icaco. Para quien desee mayor información sobre la riqueza culinaria jarocha favor de consultar el “Recetario afromestizo de Veracruz” de Raquel Torres Cerdán y Dora Elena Careaga Gutiérrez (Ed. Dirección General de Culturas Populares, México, 1999).
Eyipantla
A unos cuantos kilómetros de Catemaco, en el municipio de San Andrés Tuxtla, siguiendo una carretera tapizada de baches a más no poder, está el hermoso Salto de Eyipantla, milagrosa cascada que provoca la amnesia del fatal camino cuya responsabilidad ha quedado en manos particulares que rellenan de tierra los hoyos e instalan efímeras casetas de cuota con un alambre del que cuelga una franela roja y, el que coopera pasa y el que no, es detenido hasta que “voluntariamente a huevo” se mocha con su cuerno.
Por unos cuantos pesos los pequeños guías de turistas, representantes de la pobreza social que contrasta con la ostentosa naturaleza, conducen a los visitantes al paradisíaco lugar en el que, si se tiene cuidado, puede uno practicar el turismo extremo en las caudalosas aguas del río. Yo, como no sé nadar sólo metí la punta de los dedos de los pies en las turbulentas aguas que en cualquier momento amenazan con estrellar a los inexpertos contra las rocas del río en donde florecen unas aromáticas flores blancas parecidas a las gardenias.
Después del agotador ejercicio, uno puede darse un regio atracón con mojarras fritas o en la exquisita salsa de chilpachole, cecina con tortillas tan grandes como las tlayudas oaxaqueñas y una cerveza de barril bien fría ¡Ahhh, tan sólo de recordarlo se me hace agua la boca ¿habrá alguna muchacha se aquella región que quiera invitar a este decrépito tecleador a vivir un mes en aquel paradisíaco lugar al que por fortuna todavía no llegan los Mac Donalds, Vip´s, Kentokys, Burguer Boy y otras faunas nocivas trasnacionales? Sería capaz de ir a bailar a Chalma con tal de volver a probar los totopotes, tegogolos, la anguila y la carne de mono con yerbas aromáticas. ¡Qué delicia igualar el volumen del cacique de Cempoala!
La Virgen del Carmen
Alrededor de la basílica de la Virgen del Carmen de Catemaco algunas mujeres van tras los fieles que entran a la iglesia ofreciéndoles por unos centavos ramilletes de aromática albahaca. Una señora y su pequeño hijo suben al altar para “limpiar” al infante con la albahaca pasándola a lo largo y a lo ancho del pequeño y contrahechos cuerpecito. La madre sufriente se inca ante la sagrada imagen que sustituyó a la antigua diosa del Agua y los Pescadores, la Chalchiuhtlicue, clavando su ardiente mirada en los fríos ojos de canica de la pequeña escultura encapsulada en cristal, en una imperceptible súplica a favor de la salud de su pequeño hijo que permanece inmóvil, como estatua de sal. El ritual culmina cuando la joven mujer deposita un billete de doscientos pesos que desaparece de su vista en una de las dos alcancías tubulares colocadas a los pies de la Virgen. Las alcancías se encargan de tragar las limosnas de los creyentes yendo a dar al albañal del capellán de la basílica que ordeña dos veces al día lo que los tubos resuman.
En las escaleras que suben y bajan del altar sendos letreros advierten: “Si traes objetos de oro para la Santísima Virgen entrégalos al representante de Dios en las oficinas de esta basílica, él te extenderá un recibo. Nadie más está autorizado para recibirlas”.
¡El avión, el avión...!
En la taquilla de entrada a la isla de Nanciyaga parece que uno se topa con Tatoo el famoso enano de la tv de la década de los setenta del siglo pasado, pero no, en su lugar está un mural tapizado de fotografías de modelos disecadas de televisa y Sean Conery quien filmó en el lugar “El curandero de la selva” para lo cual los productores importaron indios del Amazonas.
El guía nos conduce por un sendero que pasa por temascales, chaneques (pequeños seres imaginarios de origen prehispánico que habitan el imaginario colectivo), chamanes neoliberales que por cien pesos hacen limpias (de bolsillo), mascarillas con barro de la laguna y, al final ofrecen agua mineral en recipientes vegetales de hoja elegante.
Budismo zen
Inevitablemente, uno regresa con unos cuantos kilos de más, como el sonriente Buda de la felicidad que, con tan sólo frotarle la panza con la palma de la mano concede cualquier deseo. Listo para enfrentar de nuevo la rutinaria vida doméstica.

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