miércoles, octubre 12, 2005

Entrevista con Denisse Dresser / Thelma Durán

Septiembre 2005 / Revista Etcétera
Con frecuencia he sido muy agria
Thelma Gómez Durán / Denise Dresser

Politóloga, investigadora y periodista, ¿cuál de las tres facetas prefieres?
La que no mencionaste, la de ciudadana activa e indignada. Creo que ésa es mi definición esencial.
¿Indignada desde hace mucho?
Indignada después de que pasé cinco años en Estados Unidos y regresé a México a mitad del sexenio de Vicente Fox. Estoy indignada frente a lo que pudo haber sido y dejó de ser, frente a la posibilidad truncada del cambio, frente a la apatía de un país al cual se le está acabando el tiempo para reformarse. Indignada, también, frente a lo que no cambia: las estructuras de poder tradicionales; las élites rapaces; los monopolios; los intereses establecidos que parecen haber sido poco afectados por una transición electoral, por una democracia electoral que lo es en el sentido de una alternancia entre partidos, pero no lo es en la forma que empodera (sic) a sus ciudadanos, que los represente y que se aboque a cumplir el original interés público.
¿Cuánto tiempo le queda al país para reformarse?
Diez años, menos, quizá cinco, si vemos la velocidad en que se están moviendo otros países y que son su competencia, que le están arrebatando nichos en el mercado, estoy pensando en los casos de China e India en cuanto a crecimiento económico, competitividad, productividad, innovación, capacidad de insertarse en el mercado global. México está dejando de hacer las reformas que lo convertirían en un país moderno y más allá de la retórica del país moderno, me refiero a elevar la calidad de vida; un país que crece a 2 o 3% no puede satisfacer la demanda de 40 millones de pobres, no los puede educar, no les puede ofrecer oportunidades.
La Denise que escucho ahora me parece diferente a la Denise que leí a principios de 2005, aquella que escribió el artículo "El país de uno", en donde le apuesta al optimismo
No era un artículo optimista, era un artículo cariñoso, un artículo que en vez de criticar todo lo que no funciona trataba de resaltar todo lo que yo quiero de este país. Recuerdo que recibí muchos correos electrónicos, pero el que más me impactó fue el de una mujer que me dijo: "Denise, te das cuenta que todo eso que tú quieres de México -las enchiladas de Sanborns, los murales de Diego Rivera, las casas de Manuel Parra (como en la que vive)-, son las cosas que a los turistas les gustan, las cosas folclóricas, las cosas bonitas, las cosas coloridas".
Muchos países están orgullosos de lo que logran, no de su pasado, no de su historia o de su cultura, sino de su progreso, de su dinamismo, de vivir echados para delante, de la igualdad de oportunidades. Si le preguntaras a un canadiense de qué está orgulloso -estoy casada con un canadiense, por eso lo sé- jamás te diría que la comida, los lagos, los árboles o el paisaje, te diría que del sentido de comunidad, las igualdades sociales, la tolerancia y del país que han logrado construir. El artículo "El país de uno" es un poema de amor para un país en el cual vivo por elección. Podría vivir mañana en Canadá o en Estados Unidos; traje a mi familia, agarrados todos de las orejas de regreso a México porque sentía que teníamos la obligación de hacer algo, de contribuir de alguna manera, de sacudir conciencias, de educar a universitarios, de escribir artículos, de publicar columnas, de ser ciudadanos que viven con la boca abierta.
¿No fue equivocada la elección?
Si pensara eso, no me podría levantar por las mañanas, porque a pesar de lo que se ve en términos de la élite política, a la cual le apuesto ya muy poco, veo estos archipiélagos de esperanza, y no estoy utilizando el término como lo usa Andrés Manuel López Obrador, sino la esperanza que se difunde en la indignación, en el activismo que comienzo a ver, en el periodismo que empieza a vislumbrarse, en el papel que está jugando, por ejemplo, el Instituto Federal de Acceso a la Información. Ésas son las tendencias positivas a las cuales quiero apostar, a las que emanan de una sociedad civil incipiente; al cambio que van a provocar los migrantes que regresan a México con sus remesas en la bolsa y comienzan a exigir lo mismo que ven al otro lado de la frontera.
¿Cuál es tu antídoto contra la apatía?
El enojo (risas) la energía que provee la indignación, la indignación cotidiana que siento cuando escucho a personas como (Arturo) Montiel hablar de sus aspiraciones políticas, cuando veo lo que se gasta para sostener a la democracia en este país: 416 millones de dólares, cuando Canadá gasta 20 y Estados Unidos 150. La indignación que me produce la pobreza, y no lo digo como cliché, sino como alguien que ve lo que están haciendo en otros lugares.
¿Cómo calificarías al poder?
¿En México?... Un poder que se agandalla; un poder que se ejerce de manera arbitraria y opaca porque puede, porque las estructuras del poder fueron construidas para amurallar a una élite privilegiada y mantener a millones de mexicanos fuera de esta muralla; un poder que no rinde cuentas, que crea un país donde hay una clase política que esencialmente hace lo que quiere y a una ciudadanía que padece los embates de esa clase política.
¿Te gusta ser líder?
Líder pero no en el sentido convencional. A mí no me gustaría ser un líder para coordinar un equipo, trabajar en una oficina o tener un presupuesto. Las estructuras convencionales de los líderes no me gustan; prefiero a los líderes que defienden su independencia, líderes al estilo de Martin Luther King o de Mandela, que operan al margen de las instituciones establecidas y que eso les da una gran libertad, una gran creatividad.
¿Un líder como el subcomandante Marcos? Él cumple con algunas características que mencionaste
Cumple con algunas características, pero Marcos no me parece un hombre moderno Marcos está hablando -y qué bueno que asuma ese papel, pero ese papel no es el mío- en nombre de los agraviados, de los pobres, de los desposeídos y exige que alguien resarza la deuda histórica con ellos, pero está mirando de alguna manera hacia atrás, está pensando casi de manera localista, aldeana.
Yo tengo una herencia privilegiada, mi padre era estadounidense, realicé el doctorado allá, estoy casada con un canadiense; veo mi papel como alguien que está mirando hacia fuera y quiere traer lo mejor de afuera hacia dentro; me parece que los ciudadanos de México deben serlo no sólo de México, sino ciudadanos globales que se insertan en el mundo de la tecnología, de las comunicaciones. A mí me encantaría que en este país hubiera empresarios, como los que admiro, como Michael Dell, como Steve Jobs. Eso que reconozco del carácter mexicano, que es la laboriosidad, el compromiso, la tenacidad, la gran creatividad, pudiera expresarse y que llevara a algo que es políticamente impopular o incorrecto en este país: la acumulación de riqueza. No estoy pensando sólo en redistribuir lo que existe, sino en cómo crear lo que no existe.
¿Sigues siendo la mujer-armadura, la mujer-acorazado, el carro blindado?
Menos de lo que lo fui durante muchos años, porque como escribí en aquel texto de Gritos y susurros, mi esposo me salva cotidianamente. Pienso en mi vida dividida en tres etapas: el paraíso, que fue cuando nací hasta cuando murió mi padre; el paraíso lleno de luz, glorioso, lleno de aventuras, de una gran felicidad. A partir de los siete años hasta los 33, cuando conocí a John, mi vida era la jungla, la selva; viviendo al acecho siempre, con un arco y una flecha, dependiendo de la dificultad de ser mujer y ser mujer en México, y de ser una mujer a la cual la educaron para que fuera igual a sus contrapartes, que tuviera ambiciones, sueños y fuerza, al igual que todos los hombres; jamás me sentí encajonada con mi género. Pero fueron años muy difíciles, es difícil ser mujer profesionista en México, es difícil pisar fuerte, hablar en voz alta, es difícil saberte saboteada y saber que te meten el pie y te cierran espacios. Y cuando conocí a John entré a la tercera etapa de mi vida: la de la fortaleza; como si alguien me hubiese construido una fortaleza amurallada en donde adentro hay una casa linda, tres hijos maravillosos, viajes, libros, arte, ideas. Vivo muy protegida ahí; todavía cargo con mi arco y con mi flecha pero ahora me subo a mi torre y disparo desde ahí, ya no estoy en la selva.
Es curioso, un hombre te dio fortaleza
Fui una soltera muy infeliz, una pésima soltera. Si hubiese un manual de todo lo que uno no debe hacer, yo lo hice ¡todo! Eso me quitaba gran energía, me confundía, trabajaba menos por eso, por la soledad. Con frecuencia mis alumnas del ITAM me preguntan: "¿Cómo haces todo esto: las conferencias, los viajes, las clases, las columnas?". Y digo: "Es que no estoy casada con un mexicano". No es porque piense que no hay hombres extraordinarios, claro que los hay, algunos de ellos son mis amigos, pero los dioses me enviaron a alguien que no tiene ningún problema con que yo tenga un perfil público, que no tiene ningún problema en que nos dividamos el trabajo, construir, educar, criar a nuestros hijos de manera absolutamente igualitaria. Yo le digo que quiero hacer algo y él me pone un trampolín para que salte más alto, pero porque viene de una cultura diferente, una cultura que nos lleva 30 años en términos del trato a sus mujeres. Recuerdo que cuando iba a casarme con él, su madre me dijo: "Tienes que casarte con John porque te va a cuidar, siempre te va a ser fiel, te va a respetar y tiene muy buenos dientes" (risas). En mis travesías de soltera, antes de John, nunca fue así, y amé a muchos hombres fascinantes, connotados, que han hecho cosas importantes en México y fuera, pero no me daban mi espacio o querían cambiarme, domesticarme.
¿John cumplía con la imagen que tenías del príncipe azul?
Cuando conocí a John, ya me había dado por vencida, ya no creía en los príncipes azules, me había topado sólo con enanitos verdes (risas). Encontrar a John no fue encontrar a un príncipe azul, fue encontrar un remanso de paz, fue, finalmente, quitarme un poco esa armadura, soltar las armas, dedicarme a tener bebés; tuve tres hijos en menos de tres años, tuve gemelos; dejé de escribir dos años, me dediqué a reír, a viajar, a gozar más de la vida, no sólo analizarla Aprendí a ser feliz. Creo que antes no le daba mucha importancia a la felicidad, me parecía una variable residual (risas), creía que era más importante ser exitoso o ser comprometido, cumplir ciertos objetivos, pero ahora soy una gran creyente de la felicidad.
¿Qué personaje literario te gustaría ser?
Me identifico con Hermione Granger, la aprendiz de bruja de los libros de Harry Potter. La que estudia y lee obsesivamente, la que siempre quiere ser la mejor de la clase, la que vive preocupada por la desigualdad y la opresión y que por ello organiza a los houseelves, para que no los exploten.
¿De niña escuchabas a Cri-Cri?
Muy poco. En realidad dejé de ser niña cuando murió mi padre y tuve una infancia muy pequeña, muy limitada, duró sólo siete años. Siempre fui niña de libros, leí y sigo leyendo vorazmente, creo que es la actividad que más hago. No podría escribir sin leer y leo muchísima literatura. Escribir cada columna no es sólo un acto de análisis, es un acto de creación literaria, cuido cada una de las palabras que uso, me toma tiempo escribir esas columnas, hago cuatro o cinco horas de investigación previa y me toma unas cuatro o cinco horas escribir cada columna.


¿Fuiste traviesa?
Sí. Recuerdo que cuando tenía como diez años, en la casa de al lado vivía un muchacho que estaba semienamorado de mí y sobornaba a la muchacha para que lo dejara esconderse en mi clóset; cuando yo llegaba de la escuela abría la puerta del clóset y salía intempestivamente. Yo lo odiaba con un odio feroz. Una tarde, su hermana llegó a casa con una gelatina y dijo: "mañana va a ser el cumpleaños de César y estamos preparando una fiesta sorpresa, ¿podríamos dejar la gelatina aquí para que se cuaje?". A esa gelatina le puse pimienta, detergente en polvo y cuajó perfectamente (risas). Después me contó mi mamá que en aquella fiesta hubo personas que vomitaron (risas).
¿Sigues haciendo travesuras?
Sí, con lo que escribo. Me parece que al análisis político en México le falta sentido del humor, mordacidad; a los analistas políticos les falta tomarse menos en serio, jugar con el lenguaje, las ideas. Yo uso muchas metáforas, me inspiro mucho en el cine, incluso, en los juegos de mis hijos. Mi hija fue quien me sugirió el título de lo que fue después mi columna: "Marth Vader", en la que comparo a Marta Sahagún con el personaje de Darth Vader; ella se había ido también al lado oscuro de la fuerza (risas); había sido como Anakin, ese personaje lleno de esperanza, el elegido, que después se transforma en la encarnación de todos los males y se convierte en todo aquello contra lo cual peleó.
¿Te leían cuentos antes de dormir?
Mi padre me leía mucho sobre la mitología griega y me contaba cuentos de diosas y dioses, de héroes y heroínas; siempre eran cuentos que sucedían en otros lugares, en otras latitudes. Todos los domingos, cuando nos sentábamos sobre su cama, ponía un globo terráqueo, le daba la vuelta y me decía "escoge". Yo escogía el país y me inventaba un cuento de ese país; en muchos de esos cuentos la protagonista era la princesa Denise, que era guapa, valiente, atrevida, luchando siempre por las mejores causas. Esos cuentos, creo, fueron definitorios para mí.
¿Veías el Chavo del ocho?
Nunca he visto mucha televisión. Y he de confesar que sigo sin ver. Confieso que soy analista de la política mexicana sin ver la televisión mexicana (risas).
¿Ni siquiera la veías cuando tú eras parte de la televisión?
A veces lo hacía. Me daba tanta ansiedad por lo que pude haber dicho y no dije, por cómo pude haber reaccionado y no reaccioné. Me veía poco, en realidad. Tengo una relación tensa con la televisión, porque al mismo tiempo que reconozco su poder, me preocupa su reduccionismo. Cuando salí de Canal 40, en una situación muy intempestiva, muy difícil, pensé que era un golpe profesional del cual no me iba a recuperar jamás; lo padecí mucho. Pero siento que fue lo mejor que me pudo haber pasado, porque salir de la televisión me llevó a escribir. Y la televisión lo vuelve a uno famoso, pero no lo vuelve influyente. Cuando haces televisión dejas de pensar, actúas, todo es performance; te preparas, pero te vuelves entrevistador, explicas, simplificas el mundo para quienes te ven, pero no lo analizas.
¿No eres influyente cuando estás en televisión?
Bueno, sí tienes cierta influencia, pero es una influencia distinta; es la influencia que te da confrontar, entrevistar, acorralar a quien tienes en la mesa, obligarlo a confesar alguna cosa, confrontarlo con su pasado, con la distancia entre sus promesas y sus actos. Pero eso es diferente a pensar de manera seria en los cuellos de botella de México, en cómo proveer soluciones. Es debatible la influencia de la televisión porque, innegablemente que en un país de pocos lectores, donde la mayor parte de las personas reciben su información política a través de la televisión, ésta tiene mucha más diseminación.
¿Por qué saliste de Canal 40?
Mi salida fue porque en una entrevista con Francisco Labastida, justo antes de la elección de 2000, le pregunté que cómo explicaba el regreso de Manlio Fabio Beltrones cuando recientemente había sido acusado por The New York Times de estar vinculado con el narcotráfico. En esa entrevista Labastida respondió con una puerilidad: que no tenía nada que ver con la campaña. Y al aire, Ciro Gómez Leyva me increpó, que cómo era posible que yo sacara a colación el tema cuando nunca se había probado la acusación. Ciro tiene una relación estrecha con Manlio Fabio Beltrones y él ha definido su posición profesional en torno a ese tema. Fue una entrevista muy tensa, Labastida llegó con su séquito y cuando Ciro me increpó todo el séquito hizo: "¡ahh! ¡bien!". Esa noche, el dueño del canal me habló y me pidió que me disculpara públicamente, eso era algo que yo no podía hacer. Mandé mi renuncia.
En el momento en que Ciro me increpa, de pronto cambian todas las reglas del juego; mi colaborador me pone contra la pared cuando me dice que a Manlio Fabio no le han probado nada y yo digo: "Bueno, han pasado tres años y no ha probado su inocencia". A lo que me refería con eso es que seguía la sombra de cuestionamiento, pero en términos estrictamente legales fue equívoco de mi parte decir algo así, porque le estaba quitando la presunción de inocente.
¿Reconoces que fue un error periodístico?
Sí. No reconozco ni reconoceré jamás como un error haber hecho la pregunta, me parece que la pregunta era absolutamente válida, pero fue un error de mi parte decir eso como lo dije, las palabras que usé, producto de mi acorralamiento en ese momento y del hecho de que no soy abogada. Eso abrió la puerta para que se me criticara. Recuerdo que Sergio Sarmiento escribió algo diciendo que sólo los fascistas exigen que uno compruebe su inocencia.
¿Este capítulo te sigue causando coraje o reclamos?
Creo que es interesante el episodio por lo que revela en términos de la libertad real de expresión, en términos del comportamiento profesional al aire; si fue un error de mi parte responder así, fue un error de Ciro el haberme increpado; creo que fue un error compartido. Incluso él tuvo la generosidad de llamarme y decirme: "Regresa, puedes decir lo que quieras al aire". Sentí que quizá fue uno de esos actos simbólicos, heroicos, que pasan desapercibidos y que son ridículos (risas), que uno se planta en su posición de querer demostrar algo que quizá no valió la pena demostrarlo, pero que para mí era importante no claudicar.
¿Cuál es la diferencia entre un periodista y un juez?
Yo no estudié periodismo, no me defino nunca como periodista, soy editorialista, columnista y eso es muy diferente. Ser periodista implica objetividad, imparcialidad, dar los dos puntos de vista al mismo tiempo, me parece que quienes conducen la noticia deben siempre atenerse a ello.
Deben actuar como periodistas, no como editorialistas
Sí, no como editorialistas.
No como jueces
No deben actuar como jueces. Pero como columnista, con ese espacio que es mío, ahí sí puedo ser juez, porque es mi opinión y trato de sustentarla. Y cada artículo que escribo se basa en 70 cuartillas que he leído sobre el tema, además trato de ponerme la capa o el sombrero del ciudadano, no sólo del intelectual, del politólogo.
¿Como articulista te has excedido?
Sí. Creo que con frecuencia he sido muy agria, muy mordaz, muy dura, pero no me arrepiento, porque mi mordacidad, mi dureza o mi agriedad son poca cosa en contraste con los abusos que han cometido las personas de quien escribo. Yo no me arrepiento ni un solo segundo de criticar a Santiago Creel como lo he hecho. Creo que históricamente ha faltado dureza en el comentario político, ahora la gente se asusta. Incluso en mis épocas del Canal 40 decían qué agresivas: "Denise la mala y la más mala" (risas). El estilo que tenía era el que veía todas las noches en países donde los periodistas y los ciudadanos se sienten empoderados (sic) y con derecho de criticar a quienes ellos han llevado a esas posiciones, a quienes ejercen el poder porque se lo otorgaron, a quienes gastan sus impuestos porque decidieron hacerlo. Aquí hay una genuflexión frente a los políticos, hay una reverencia, un respeto que no deberían tener.
¿Hay un rasgo de ternura dentro de esa articulista dura, agria y mordaz?
A quienes creen que no existe ese otro lado les recomiendo que lean el artículo "El país de uno", que es un poema de amor al país, o que lean Gritos y susurros Eso de ser una entrevistadora agresiva creo que lo dicen porque soy mujer, porque vivimos en un país en el cual no se les ha permitido a las mujeres expresar públicamente su opinión, su fuerza. La manera en la que yo entrevistaba en Canal 40 es exactamente igual a la manera a la cual entrevistan muchos hombres.
¿Qué es el amarillismo?
Es la exageración, la estridencia, el desvirtuamiento de la realidad para vender y hay mucho en este país. Lo veo como parte de ese proceso catártico que se da después de 71 años de vivir como país amordazado; es como si descorcharas una botella.
¿Y qué es la mesura?
¿Sabes cuándo empieza a darse la mesura y el profesionalismo? Cuando hay más competencia, cuando hay leyes de libelo. Por qué The New York Times cuida tanto lo que publica
Y también se le va, hay varios ejemplos
¡Sí! Y también se le va. Pero, ¿qué hace cuando se le va? Meses de investigaciones, de auditorías, de planas y planas explicando el error, ¿por qué? Porque las leyes de libelo son sólidas, no son utilizadas políticamente.
¿Alguna vez has sido víctima de los medios?
Mmmm ¡Sí! (risas) Hace poco, en Proceso publicaron una caricatura que me presenta como dos cosas que no soy, puedo ser muchas otras cosas, pero no soy gorda o vieja (risas). Y pienso hablarle al caricaturista, al que seguramente le caigo mal. Bueno, no En La Jornada. ¿Te acuerdas cuando salieron esas 13 cajas de documentos que describían el fraude de Roberto Madrazo en Tabasco, y en esas cajas salió una lista de intelectuales comprados por Roberto Madrazo? La Jornada publicó en primera plana mi nombre y ni siquiera me hablaron. La crónica decía que yo había ido a Tabasco, todo pagado por Madrazo, para ser observadora en las elecciones. Yo no he estado en Tabasco jamás, ni hace 15 años ni hasta la fecha. Me parece que La Jornada derrapó y cuando protesté publicaron una cartita ahí perdida.
¿Cuál es el aspecto de tu trabajo que menos te gusta?
Tengo la enorme fortuna de no poderte dar uno solo, porque me gusta mucho ser maestra, porque me retan y me apasionan mis columnas, porque me gusta hacer radio con Gutiérrez Vivó y mi comentario con Javier Solórzano, porque me gusta escribir Lo que me frustra con frecuencia es regresar a debates que yo ya pensaba que el país había superado, recorrer el mismo sendero una y otra vez. Creo que un momento de enorme soledad profesional para mí fue cuando el Congreso votó el desafuero, y no porque yo sea acólita de Andrés Manuel López Obrador, cualquiera que me haya leído sabe que no es así, pero es que me sentí muy sola, como se sintieron muchos que llevan diez o 15 años peleando y escribiendo en favor de la democracia, me sentí personalmente traicionada por Santiago Creel y Vicente Fox, por haber creído en ellos. Tengo una amiga que dice que quienes usaron el voto útil ahora están en psicoterapia. ¡Yo fui de los del voto útil! Yo voté por Vicente Fox y PRD todo lo demás. Fue frustrante pensar que el Presidente al cual yo había ayudado a llegar ahí, como lo ayudaron otros 38 millones de mexicanos, utilizaba a la democracia para sabotear; me frustra que en este país Roberto Madrazo todavía sea un candidato viable, cuando en cualquier otra democracia funcional ya no lo sería, estaría muerto políticamente por su historia, por sus traiciones, por su fraude en Tabasco.

Hace años escribiste que la prensa se estaba transformando en el cuarto poder, ¿ahora ya lo es?
La prensa todavía no es un cuarto poder, pero no es su culpa no serlo. La prensa denuncia, la prensa revela, la prensa acota, la prensa descubre, pero no hay mecanismos que traduzcan la denuncia en el costo, por la no reelección. Para mí la gran batalla política perdida de este país el año pasado fue que el Senado votara en contra de la reelección de los legisladores, porque tú puedes denunciar a Madrazo, a Beltrones, al espectro de los políticos de este país, pero cómo traduces la denuncia en el costo, cómo haces que paguen por lo que han hecho o dejado de hacer; hoy sólo existe el abstencionismo, la desilusión, el enojo, la tristeza, separarte de la política, mirarla con desdén. La prensa va a tener más poder sobre el destino de los políticos cuando el sistema jurídico cree mecanismos de rendición de cuentas.
¿A qué periodista admiras?
¿Tiene que ser mexicano? (risas).
No necesariamente, si es que en tu lista no hay mexicanos
No, no por ejemplo, me siento acompañada intelectualmente con Jesús Silva Herzog, aunque en ocasiones difiero ferozmente de él.
Pero él es articulista, no periodista
No, no se me ocurre alguien así. Dime tú quién es el Seymour Hersh, el periodista de The New Yorker, quién es el Bob Woodward. Ésos son mis modelos y ojalá muchos mexicanos aspiráramos a ellos. Y no quiero presentarme como rendida frente al periodismo estadounidense, porque también tiene terribles defectos, pero sí hay un compromiso con la seriedad, con la objetividad, con la investigación a fondo, con confrontar al poder con la verdad.
¿Algún periódico mexicano cumple con estas características?
Colaboro en Reforma y en Proceso y hay motivos muy claros por los que colaboro allí, porque me parece que ambos, de distintas maneras, están comprometidos con lo que hacen. De vez en cuando leo crónicas interesantes en otros medios, leo columnistas que me interesan, pero quisiera ver más. Quisiera ver esos grandes reportajes, quisiera que en México existiera el The New Yorker. Creo que hay que trabajar más para aumentar la calidad, la diversidad. Cuando pienso en modelos, en personas que admiro, pienso en los columnistas del The New York Times, esos que se ganan los Pulitzer, un Thomas L. Friedman, los que leo cotidianamente. A mi casa llegan cuatro periódicos, sólo uno es mexicano, Reforma. Todos los días leo The Financial Times, The Economist y The New York Times, porque no quiero estarme mirando el ombligo; es tan fácil perderse en las minucias cotidianas de la política mexicana y no estar mirando las tendencias de largo plazo, lo que están haciendo otros países, las discusiones culturales, filosóficas y políticas de otros lugares.
Ya que no admiras a un periodista mexicano
No, no. Carmen Aristegui, Javier Solórzano, Gutiérrez Vivó por los espacios de discusión que ha abierto En mi lista también estarían Julio Scherer, Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Sergio Aguayo, Lorenzo Meyer.
¿Hay algún personaje de la política mexicana que admires?
Admiro pedazos de algunos, pero lamentablemente no hay uno que podría decir éste. Admiro la tenacidad y la visión táctica de Andrés Manuel López Obrador, la integridad de Cuauhtémoc Cárdenas, la seriedad de Felipe Calderón, el poder de la palabra de Beatriz Paredes, el coraje de Rosario Robles. Lo que no admiro de Andrés Manuel López Obrador es su ignorancia sobre su propia ignorancia, su tozudez. No admiro de Beatriz Paredes el hecho de que no se haya comprometido en su historia política con una sola causa que modernice su partido; ella utiliza las mejores palabras, pero no ha peleado por las mejores causas. De Cuauhtémoc Cárdenas no admiro que no haya sido mejor político, porque hay maneras de combinar la integridad con hacer política y la falta de conciencia suya de cómo hacer política eficaz ha lastimado a la izquierda y le ha permitido a Andrés Manuel López Obrador apropiarse del PRD, que fue un proyecto de Cárdenas. De Felipe Calderón no admiro su conservadurismo social. De Rosario no admiro que haya sacrificado la agenda en aras de la popularidad, no admiro que se haya convertido en otra cosa, en otra persona de la que fue, no admiro que se haya enamorado como se enamoran todas las mujeres inteligentes, como una idiota.
Eres una mujer inteligente, ¿te has enamorado como una idiota?
¡Claro que sí! Pero uno tiene que pasar por esos enamoramientos idiotas para poder elegir los enamoramientos inteligentes.
¿Hay algún hombre en la política mexicana que te parezca guapo?
¿Guapo?... ¡Ah! En la lista de a quiénes admiro admiro a Jorge Castañeda por su inteligencia deslumbrante y no lo admiro por su pragmatismo reprobable.
¿Te vino a la mente Jorge Castañeda por el tema de los guapos?
No, porque así de entrada no pienso en uno sólo que me parezca guapo, hay algunos que me parecen seductores, él me parece seductor por su inteligencia. Soy de esas mujeres que son fácilmente seducidas por la inteligencia (risas). Para mí el gancho es la conversación apasionada sobre los temas del mundo, caigo más fácilmente con eso. Aunque mi esposo es un hombre guapo, cuando lo vi por primera vez pensé: "Caray, qué guapo es".
¿Cuál es tu parámetro de la belleza masculina?
Ralph Fiennes, el protagonista de El paciente inglés, es un hombre bellísimo.
¿Cuál es la música que te hace bailar?
La salsa, me encanta bailar. Ojalá lo hiciera más. Me encanta Juan Luis Guerra, me encanta todo lo cubano, me gusta mucho Carlos Santana. Soy ecléctica en cuanto a mis gustos musicales, me gusta mucho el jazz, soy apasionada de Eugenia León, la escuchaba cuando vivía fuera de México para curarme la nostalgia.
¿Cuál es la canción que te hace llorar?
Es una canción de Van Morrison, "Have I told you lately".
¿Gritos o susurros?
¡Gritos! (risas) No soy mujer de susurros, aunque muchos que me conocen quisieran que fuera mujer de susurros. Aquí hay que gritar para que te escuchen.

(Cortesía del Juanelo y del Julio. Desde Cihuatlán, Jal., México, con amor. Octubre 2005).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

uno puede enamorarse muy facilmente de una mujer como Denisse.



muy facil

Anónimo dijo...

Denise: Te felicto y me da gran satisfacción que exista una mujer de mi generación de tu gran caapacidad analítica y categoría, me encanta que seas una MUJER en toda la extensión de la palabra con esposo e hijos, me gustaría mucho ser tu amiga. Aprovecho para desearte un año lleno de salud y proyectos venturosos. Tu amiga una exjueza y ahora Secretaria de Estudio y Cuenta. adriana